Les vengo a contar cómo, gracias a la meditación, logré darme la oportunidad de conocerme y ser una persona más consciente sobre mis fortalezas y oportunidades de mejora, y -como todo ser humano-, encontrarme en la bondad de Dios, esa que hallé en muchas horas de silencio, con tazas de café y a veces con lágrimas en los ojos, pero que finalmente alcancé.
¡Y es que mi historia no es de unos pocos meses, es de toda una vida!
Cuando era niña recuerdo que mi primera pregunta difícil fue: ¿cómo sé que estoy despierta?
Mis primeros recuerdos se basan en preguntas como estas:
¿Cómo sé si este es un mango verde?
¿Cómo sé hasta qué punto es color verde?
(Hasta ¿qué es un color verde? me preguntaba)
¿Quién soy yo?
¿Dónde estoy?
¡Y una extraña sensación de vacío me inundaba!
Luego continúe con preguntas más complejas, sobre el ser bueno o malo…
Cada que me hacía una pregunta de este tipo comenzaba a escuchar una voz en mi cabeza que me decía “MMMMMMMM… cállese, mejor no haga estas preguntas porque van a creer o confirmar que estás loca”
Mi mamá no era muy paciente ante estos cuestionamientos.
Me crie como la menor de tres hermanos que me llevaban aproximadamente 20 años de diferencia.
Claramente, bajo los parámetros socialmente aceptados de aquel momento, esas preguntas no eran lógicas, y cada vez sentí menos valentía en decirle a otros cómo me sentía respecto a estas preguntas… aunque todos los niños las tenemos, ¿verdad?
Aun en la adolescencia, cuando esa sensación de despegarme de la realidad ocurría, tomaba la escena, la miraba lentamente y la paraba constantemente… y bueno cada vez que ocurría… el vacío aumentaba.
Llegó la edad de los chicos, los peinados y las presiones de la adolescencia y fui abandonando este vacío, gracias a una obsesiva desconcentración. Ni me detengo a contarles lo que tal desconcentración y vergüenzas me trajeron, solo se les puedo decir que fue mucho más el costo, que la posible pena.
Sin acceso a respuestas, a principios del 2000, me era difícil lograr obtener más información sobre tantas y tantas preguntas que me hacía constantemente.
Un psicólogo diría que reprimí este dolor al máximo posible por medio de la evasión, y tal vez sí lo hice. Lo que no sospeché, es que no sería para siempre…
Cuando me sentía abrumada o triste me refugiaba en relaciones amorosas, que claramente fallaron.
Mis vínculos se basaban en huir y no en amar, y a la larga siempre me pasaron factura.
¡Ese fue mi gran talón de Aquiles!
Tomaba las relaciones como fuente de felicidad. Esto era muy doloroso para mí, y las personas que me rodeaban, inclusive era similar a castigar a otros por mi falta de autocontrol…
Recuerdo cuantas veces empezaba a salir con un chico, y pensaba: “Él no me llena” y le encontraba defectos a su comportamiento, con tal de acabar esa relación.
Pese a que leía todas las publicaciones de auto ayuda y libros de este tipo, que te enseñan que el valor te lo das tú mismo, mi respuesta era exactamente la misma, con el mismo perfil de caballero.
Mis amigos y yo hacíamos chistes sobre la fugacidad de mis “affaires”.
Solía asistir donde una excelente psicóloga, y hasta estudié psicología y aun así las dudas continuaban paseándose en mi cabeza y creciendo, pese a tener Google disponible las veinticuatro horas del día.
Recorrí los libros de Freud, fui a toda clase de charlas de apoyo a dependientes y pues la situación continuaba…
Con un divorcio y una separación debajo del hombro me declaraba una anormal e inadaptada en el amor.
Hasta mi manicurista hacia bromas sobre mis desaciertos, y en vez de molestarme, dudaba aún mas de mi capacidad, sin elaborar la situación.
A mis 28 años había alcanzado más de todo el éxito profesional que desee algún día… y, aun así, sentía el vacío
Así que no se trataba de lo que tenía, sino de quién era yo, las mismas preguntas que me hacía desde niña… Eso me regresaba a la sensación de vacío que sentía en mis primeros años y que aún estaba sin cubrirse.
Sé que puede sonar extremo, pero era algo así como un ciclo de violencia… y digo violencia, por la ausencia de amor con el que yo me movía, reaccionando, pensando en negativo y viviendo con miedo al futuro y rechazo al pasado.
Fueron tan desesperados mis intentos, que tomé una mochila prestada, y me fui a conocer ocho países en Europa totalmente sola y con poco dinero, para comprobar si el libro Eat Pray Love me daría la solución. Ciertamente, eso no ocurrió.
Tan desesperados fueron todos mis intentos…
Hasta que pasó lo peor: mi mamá partió al cielo, y en ese momento todo cambió. Las crisis me impedían concentrarme en mi trabajo, mi credibilidad ya no era suficiente, dudaba de mí, olvidaba compromisos, llegaba tarde a todas partes… Y el golpe en el pecho, apretado y frío me acompañó por semanas. Mis pensamientos no tenían orden y mis sentidos no estaban al 100%.
Y fue entonces que recordé la meditación y técnicas de respiración que había aprendido en un curso, que se llamaba Happiness, al que llegué para manejo del estrés, en un lugar que hoy es mi segundo hogar.
La “Fundación El Arte de Vivir” es donde aprendí a meditar; fue ahí donde encontré un camino para ser feliz ayudándome a mí y a otros.
Esto de meditar no era lo mío en aquella época, no encontraba sentido a cerrar los ojos, y no esforzarme, en un mundo como el mío, que se basaba en fuerza y cantidad, no entendía para qué era importante el silencio.
Pero en este nuevo hogar encontré las razones. Ustedes pueden buscar las explicaciones científicas navegando en Google, pero para mí, principalmente, son:
- Ser una persona amorosa y bondadosa con mis seres queridos.
- Ser una mano de ayuda para cualquier persona cerca de mí.
- Realizar mis grandes anhelos del corazón.
Y es que cuando meditamos, lo que ocurre, básicamente, es que nuestras paredes neuronales se liberan de las estructuras fijas que hemos creado y materializado en forma de pensamientos obsesivos… Es como darles un break a nuestros carceleros pensamientos.
El propósito de mi vida se resume en esta hermosa ecuación, que yo la llamo “mi atardecer de Puerto Viejo”
Se compone por los N aspectos donde me establecí, una vez que tomé la meditación como un camino a mi verdad:
La cuestiono constantemente.
La vivo cada minuto.
Como podrán ver no se trata de una ecuación simple, pero lograr evaluar cada uno de estos componentes en mi vida, fue estructurar mi viada para encontrar mi paz.
Mi objetivo con esta historia es lograr expresar cómo es posible darles sentido a nuestras vidas. Muchos lo logran formalizando relaciones, con pasatiempos, el deporte, las ciencias, el arte… todo o nada, por lo que sea. Este es un llamado a creer que es posible reencontrarnos con nuestros grandes temores, verlos fijamente a los ojos, quitarles la capa de oscuridad y florecer en ellos.
Así me siento, y estoy segura de que muchos de ustedes se han descubierto absortos en ese algo que les roba la pasión y le saca a ese león que ocultamos por miedo a ser quienes somos, y expresarnos libremente.
Las crisis aun me invaden… Claro que sí, claro que aun las tengo. Solo que ahora me tomo un par de minutos al día con mis meditaciones… y suelto fácilmente todas las presiones que se me acumulan.
No hay soluciones completas, ni verdades perfectas. Lo que descubrí es mi propio método, mi panel de monitoreo que me ayuda a estabilizarme. Fundamentalmente: el centro de control de mi vida.
Les quise compartir esta historia porque puede que mi experiencia les sea familiar o les de esperanza… Los invito a que busquen su verdad hoy, que está en sus almas.
Me gustaría contarles una última anécdota, que para mí resultó trascendental: en 2019 conocí a Daniel Buda, apellido meditativo de pura casualidad, porque mi amigo es de pura cepa argentina y nos enrumbamos a conocer la costa del pacífico de Costa Rica, más de 400 kilómetros entre ida y vuelta, en conversaciones y sonrisas.
Dani me decía: “¡Bajate de la azotea!”. Esta frase me la repetía muchas veces, dándome a entender que pensaba mucho los acontecimientos que me ocurrían.
Caminamos por la playa, y cuando se acercaban las olas a mis pies, logré tomarle sentido a la frase de mi argentino amigo. Y es que, pese a que los pensamientos llegan y los eventos pasan, no podemos sostenerlos por mucho tiempo en nuestra consciencia, es casi como que los llamáramos a consulta para seguir sintiéndonos bien o mal por ellos, son olas infinitas de pensamientos que nunca acaban y por el contrario entre más los llamamos, mayor hábito se forma.
Es por esto que Dani me decía constantemente: ¡“Bajate de la azotea, amiga, no pensés tanto…”!
Nosotros pasamos mucho tiempo dándole vueltas a los eventos y pensamientos, y olvidamos que aun cuando pudiésemos disiparlos regresando a nuestro estado feliz de la mente o meditando, nos dejamos seducir por esas olas de martirio, buscando soluciones claramente repetidas, porque si no fuera así, ya no estaríamos pensando en ese evento. ¿Cierto?
“Bajate de la azotea” es la frase que viene a resumir cómo manejo la extensa cantidad de preguntas que me he hecho por tantos años… Ahora sigo pasando en la azotea mucho tiempo; sin embargo, instalé un portero… que me recuerda que gracias a la meditación puedo regresar a mi corazón donde está mi casa, a través de la respiración.